miércoles, 23 de julio de 2014

INEXPLICABLES DÍAS DE MIERDA



¿No les ha pasado que apenas se despiertan ya saben que el día será un asco? Uno se levanta con una inexplicable rabia, como presintiendo que las vainas no saldrán bien. Sentimos un enfado atrapado en el pecho que encuentra irritable un sonido fuerte, demasiado fría el agua, mucha luz en el cuarto, escandalosos a los periodistas de la radio, muy lleno el bus, muy vacío el bus. Cualquier cosa es motivo para liberar ese enfado profundo en el tórax.

Iniciamos el día y no nos percatamos de todas las babosadas que decimos, las maldiciones que vociferamos por cosas estúpidas como que está haciendo mucho frío, o que el man del bus cogió muchos huecos, o que Petro siguió twitteando o que Carlos Antonio Vélez volvió a hablar mal de James. Digo que son cosas estúpidas porque en otro día, uno donde no todo sea una mierda, esas mismas cosas no importarían. Entonces lo que comenzó como simples ganas de joder termina siendo un día de mierda en toda su expresión. Llegamos tarde adonde nos estábamos dirigiendo; si es al trabajo, al llegar hay un memo en nuestro escritorio por impuntualidad (seguramente le echamos la culpa al del bus o a Transmilenio, o a Petro); si es a la universidad  nos encontramos conque para el profesor también es un día del asco (se enteró que su contrato termina y aparte le llegó la factura del ICETEX que lleva 10 años pagando), se levantó,- igual que tú- tan emputado con la vida que cerró la puerta, hizo quiz y no dejó entrar a nadie más, ¿Y qué pasa? Toma tu cero y empiezas a refunfuñar contra el profesor, el señor del bus, o contra Petro.

El día continúa y un poco más calmado, sorbiendo el café que te quemó la lengua, tratas de ponerle la mejor actitud a lo que queda del día, pero la suerte está echada, echada encima tuyo y ya te aplastó. Vas a almorzar y te das cuenta que no tienes un verraco peso, seguramente se te quedó en el pantalón del día anterior, pero lo primero que piensas es: “Jueputa, me robaron. Malparida inseguridad, uno no está seguro en ningún lado ¿Y ahora qué voy a hacer?”, posiblemente encuentres a alguien que te ofrezca ayuda pero tu soberbia le contesta: “Fresco, ya no tengo hambre. Nos vemos después”.

Ya es la 1p.m. y hasta el momento el día te ha dejado: un meno, un cero en el quiz de la materia más jodida, hambre, dolor de cabeza y parte de la lengua sin sensibilidad. Vamos bien, todo puede empeorar.

En lo que queda de la jornada laboral o académica el Tano Pasman es un bebé aprendiendo a hablar a tu lado, deberías postularte para libretista de South Park. Ninguno se te acercó porque tenían miedo que lo pesado de tu energía les estrangulara la buena actitud. Entonces, aparte de amargado pasaste el día solo. ¡Qué chimba!.

De regreso a casa recuerdas que no tienes plata, tocó caminar. Durante el recorrido sigues con la rabia en el pecho y la frustración en los labios. Tu mirada que permanecía gacha se levanta y presencia las primeras gotas de un aguacero inminente, “¡Maldita sea!” Piensas. Tranquilo, puede ser peor, una vez corría a mi casa porque llovía mucho y un perro me mordió el culo.

Por fin llegas a casa, hogar dulce hogar. Te secas, te pones el pijama y calientas un café, mientras tanto revisas correspondencia. Facturas, facturas, bar gay, facturas, facturas, chicas-chicas, facturas, cupones de descuento, apoye al procurador, facturas, bar gay.


Te acuestas y esa sensación de que todo fue una mierda desaparece tan rápido como el primer estornudo de la gripa que te va a dar, ya todo está en calma, configuras la alarma, pones de recordatorio comprar vitamina C, apagas la luz y mirando el techo piensas “Bueno, no estuvo tan grave, por lo menos no soy Petro, ni Carlos Antonio Vélez. Pudo ser peor”

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