jueves, 1 de mayo de 2014

Algo pasa contigo

Y por fin descubres que necesitas de otros para volverte a encontrar. La autosuficiencia es una utopía. Necesitas de otros para que ayuden a recoger los pedacitos de vida que dejaste regados en el bar, en la cama, en la feria, en una cancha de fútbol o en un aeropuerto.

Andaste incompleto casi un año pensando que podías seguir sosteniéndote con retazos de intentos fallidos pegados con babas a tu cuerpo. “Al fin y al cabo lo importante es lucir que nada pasa. Una sonrisa convincente y un discurso brillante es lo que vale”, esa fue la filosofía, el leitmotiv que parecía triunfar adonde quiera que fueras.

Veías a los demás como compañeros de vida que no deben saber más de la cuenta porque al final puede salir cara y te dejan pagándola solo. Digamos que funcionaban como distractores en momentos específicos ¡Qué grave error! Estudiar una humanidad para rechazarla, utilizarla y verla como amenaza. Pero te diste cuenta y ahora confías, luego de perder toda esperanza, no te auguras éxito, pero por lo menos, en este instante, no te sientes solo.

Pensaste que perdonar es asunto sencillo, que poner la otra mejilla para que la vida te cachetee se puede lograr sin sentir ahogo de rabia en el pecho. Te confiaste de ti mismo, te tomaste demasiado en serio y perdiste tiempo, tiempo, tiempo que ya no tienes en el que decidiste mal, acumulaste rencores y te quedaste sin refuerzos para asegurar la caja de pandora que terminó por explotar, en tu interior.

Ahora te tiemblan las piernas cuando ella se acerca, tu corazón late a mil al verla de la mano con quien representa su nueva esperanza. Entrelazas las manos y las mueves como queriendo arrancarte la piel. Te sientes chiquitico, del tamaño de una migaja de pan, corres buscando aire, sientes que tus pulmones evitan trabajar, se te arman nudos en el cuello y en las palabras, los recuerdos se vuelven lanzas que atraviesan tu taquicárdico corazón y de repente, sin el mayor aviso reconoces: no quiero que las cosas sean así. De a poco la tensión arterial decrece, exhalas desesperanza inhalas paz “Tengo que ser fuerte, firme” te dices a ti mismo. Miras un espejo y esperas a que la llovizna desatada en tus pupilas se detenga, presencias la plenitud de unos ojos sinceros que se han mostrado desnudos ante cualquiera que se haya cruzado por tu camino en el instante en que solo existías tú, y tu dolor.

En este momento eres un rompecabezas imposible de armar. Haz perdido la imagen que te indica dónde acomodar cada pieza. Vuelves a tu hogar, ese en el que habitan tus amigos, tu familia y Dios. Cada uno de ellos te recuerda la forma que debes lograr, otros te sugieren que abandones un par de piezas inservibles que solo deformaban tu figura; y algunos pocos, tienen en su poder las fichas que estructuran tu vida. Hablas con ellos, recuperas unas pocas y recibes otro par que aún no sabes en dónde encajar, pero que sin duda le hallarás lugar.


Que no te avergüence sentirte incompleto, porque pasaste meses creyendo que eras sólido y que nada te derrumbaría. Prefiero verte desmoronado y con la convicción de volverte a armar, que seguir mirando cómo caminas con pasos falsos, destruido y sin nadie que te diga: algo pasa contigo.

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