viernes, 11 de abril de 2014

Ya nada sabe a fresas



Le agradezco a Dios por traerla a mi vida, por haberme regalado suspiros cuando se me iba el aire y pronunciado las palabras que tanto me costaron decir.

Hace unos días meditaba en la manera y las razones por las que todo se acabó. Pensarla, casi siempre, viene en forma de recuerdos que duelen en el pecho, es ineluctable verla en las paredes, entre las cobijas, bailando, cantando, riendo por cualquier estupidez. Es chistoso que esas cosas aflijan cuando antes transformaban mi cara en un constante paisaje de alegría.

Llegué a la conclusión de que con el tiempo, entre más nos conocíamos nos volvimos más extraños. Vivimos muchos procesos juntos y cada etapa solidificó nuestra personalidad y de a poquito supimos en verdad quiénes éramos. Cada una de esas personalidades chocó con la del otro y al final solo nos ligó la dependencia, la dependencia y el sexo. Entonces las vainas se convirtieron en desconfianza, irritabilidad y lo que antaño era amor pasó a ser algo enfermizo. Los únicos momentos de plenitud los encontramos desnudos en presencia del otro, lo que llamábamos amor en algún momento perdió esa condición y pasó a ser desenfreno y placer por la carne. No fue malo al principio, pero terminó siendo el Caballo de Troya que ocultaba en su interior la frustración de ya no poder estar juntos.

Cuesta alejarse de la gente que uno quiere, pero separarse de la felicidad sí que es putamente jodido. Digo felicidad porque las personas hacen que uno entre en ciertos estados, me explico: hay gente que uno ve y de una nos produce un cambio de actitud, hay quienes nos ponen tristes porque  cargan a cuestas dolores profundos, como también hay otros que nos hacen cagar de la risa con el comentario más absurdo. Mi felicidad la encontraba en la paz de sus besos y la seguridad de que siempre estaría agarrada a mí, así llegaran huracanes que nos levantaran y lanzaran lejos, yo sentía que usted caería conmigo. En las buenas y en las malas, firmes, siempre.

Ahora un huracán, que vimos formarse desde que era una pequeña brisa, impactó con toda su fuerza cuando creímos que nada nos iba a volver a hacer caer, la lanzó lejos de mí y yo quedé en una especie de sótano, aplastado por los residuos que se acumulaban en la superficie. Bajo tierra y casi sin oxígeno procuré guardar calma, esperando que todo pasara para salir y continuar como si nada. Cuando logré salir las calles no eran las mismas, ya nada sabía a fresas y como perdí las gafas todo lo veía pixelado. A pesar de los lentes nuevos y que los densos vientos habían pasado seguí viendo distorsionado. Casi no lo puedo comprender, se suponía que ya todo estaba bien, el cielo se mostraba tranquilo y prometía días hermosos, sin embargo el mundo dejó de saber a fresas. “¿Por qué? ¿Por qué?” me preguntaba todos los días, llegué a imaginar que alguien ponía un arma en mi cien y si no respondía PUM, pero seguí sin saberlo, no supe contestar y continué andando como si nada en un mundo que dejó de saber a fresas hace mucho.

Por eso ya no más, me cansé de seguir mirando todo borroso, los días junto a usted después del huracán  me hacían sentir como los personajes de Saramago en Ensayo sobre la ceguera, pero en este caso no había quien viera por uno para organizar las cosas. Usted consumía mi energía, desalinizar el mar es más fácil que desenredar su cabeza, su mundo se construyó sobre mentiras y usted las llevó al punto en que yo me convertí en una de ellas, para la gente la rodea soy una más de sus mentiras, aunque ellos no lo sepan.


Le agradezco a Dios por traerla a mi vida, por haberme regalado suspiros cuando se me iba el aire y pronunciado las palabras que tanto me costaron decir. Le agradezco a Dios que así como la tuvo junto a mí, la apartó de mi lado.

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