Ésta es una especie de columna-crónica (me acabo de inventar eso) de lo que vive un hincha en el estadio el Campín.
El ingreso de las barras al estadio El Campín para un partido clase A, que hace referencia a un clásico o unas instancias finales, se hace regularmente 4 horas antes de la hora del juego. La gente animada llega con bombos, banderas, sombrillas, papel picado, y lo más importante: Con la camiseta puesta. Se hacen las requisas respectivas y los dueños de las banderas corren por un lugar en los frentes de oriental, los de sur ya están asignados, en occidental casi no hay, y en norte, según el equipo local las ponen o no.
Los jefes de las barras colocan banderas, sombrillas, ruanas, ponen las maletas o lo que se les ocurra para apartar los puestos. Media hora, o cuarenta minutos luego que las barras hayan entrado se abren las puertas del estadio para la otra parte público. Ni los periodistas deportivos de la ciudad que dicen estar con el fútbol capitalino llegan tan temprano. Y la gente, que no gana un peso por ir a ver un partido deja lo que tiene que hacer por ir. 26 mil pesos la boleta en oriental, casi lo que hoy el banco de la república en reunión con muchos otros aprobaron para el aumento del salario mínimo.
Entonces imaginemos eso, tratemos de entenderlo, 4 horas previas al encuentro y ya hay gente en el estadio, preparando la fiesta, poniendo las banderas, apartando los puestos de aquellos que dejan para última hora la entrada al estadio. ¿Qué ocurre antes de comenzar el partido? Los hinchas corren por conseguir un lugar cómodo, les dicen que ya están apartados, algunas veces se insultan, la policía mira, solo mira.
Los equipos llegan al estadio, de a poco se van llenando las tribunas, comienzan los cantos, la gente está ilusionada por ver un triunfo, luego de un rato los jugadores salen a calentar, se gritan sus nombres, se aplauden, se cantan, ¿y al equipo rival? Lo chiflan.
Va a comenzar el encuentro, ambos equipos en la cancha y rueda el balón. ¿Qué pasará por la mente de los jugadores? Por la de los hinchas está claro: Tenemos que ganar, pero por la otra parte no sabemos, o por lo menos yo no lo sé, entonces, cuando el equipo no funciona, las cosas no salen como el hincha espera, viene lo que menos se puede pensar cuando las cosas salen mal: “A GANAR, SÍ SE PUEDE, ADELANTE”. Ese es el mensaje general de todos los cánticos, se anima, se da fuerza, se empuja. El hincha, si pudiera, se metería en la cancha para jugar, llevaría el balón hasta el otro arco, ¿por qué?: POR AMOR, eso representa para el hincha su equipo de fútbol, una pasión, un gusto, un esfuerzo, una alegría, y nuestro caso, para el fútbol bogotano, hoy, una tristeza. ¿Quién nos da fuerza cuando nos sentimos derrotados?, ¿quién nos da la palmada en la espalda y dice: Vamos pa´adelante? El papá, la mamá, un amigo, un hermano. ¿Quién reconforta a un equipo que pierde? Un hincha, solo un hincha, ni los periodistas que se vanaglorian de su capacidad para generar opinión, crear conciencia y todo lo que se supone deben hacer, se encargan de darle esa palmada en la espalda al equipo, porque son ellos, los hinchas, quienes 4 horas antes están ahí, armando todo, aguantando tempestades, insolaciones, malos tratos, algunos hasta hambre por ver al equipo, y ¿para qué?, para otra vez consolarse con la gastada y barata consolación: El otro año será. Por favor, una hinchada que no ha visto campeón a su equipo en más de dos décadas no puede seguir premiando el fracaso con eso, la mayoría dice: Es que los directivos bla bla bla, ¿y qué con los directivos?, lo de ayer en Barranquilla y hoy en Bogotá no tiene nada que ver con los directivos, LOS JUGADORES, ellos, quienes no saben por lo que tiene que pasar un hincha para conseguir una boleta y con eso pagarles el sueldo, no, ellos no lo saben, y si lo saben, no lo demuestran. Usted señor lector me dirá: Y acaso ¿usted sabe lo que pasa en la mente del jugador?, claramente no, no lo sé, pero estoy seguro que a ese jugador no le interesa saber lo que hace su hinchada por ir a verlo, o me va a decir que salir cagado de la risa luego de la eliminación es un gesto de sentir la camiseta, de entender al hincha, bien ido José Adolfo Valencia, que se largue.
Al finalizar el encuentro en Bogotá se oyen unos tímidos aplausos en oriental. En este momento reconozco que salí de mis casillas, lo único que se me vino a la mente fue gritar, gritar desesperado y herido: ¿Por qué aplauden?, ¿aplaudir qué?, ¿que perdimos?, 36 años con la misma vaina para que salgan con ni mierda, no sienten la camiseta, nos aguantamos el aguacero de ayer, algunos dejaron de trabajar por venir, ¿para que salgan con ni mierda? ¿Para qué?, ¿para qué? No sé si fue la fuerza de mi voz o el dolor de hincha que tenía en ese momento la razón por la que voltearon a verme y dejaron de aplaudir. Luego de eso, peor que salir chiflado, el equipo salió sin oír nada, el silencio desgarrador que viene luego de perder.
La mayoría abandonó el estadio rápido, pitó el juez, la ilusión ida y abrazando la consolación, algunos a los que nos cuesta asimilar la derrota nos quedamos sentados, comenzaron a sonar gritos y estruendos. Aquellos que se hacen llamar hinchas botaban y pateaban las vallas de seguridad, botan piedras hacia donde estaban los seguidores del Caldas, no sé si habrán hecho algo más, no lo vi. Agarrado a los barrotes y viendo como alborotaban todo, cómo esa gente expresaba su ira producto de la desazón de la derrota pateando cosas y agrediendo gente volví a gritar: Ustedes no son hinchas, ¿para qué lo hacen?, no vuelvan al estadio, no se merecen volver. Luego de eso, una mujer que trabajaba en la logística muy decentemente me pidió el favor de abandonar el estadio, le respondí que a dónde me iba, a donde están rompiendo cosas? Ella contestó que solo saliera de la tribuna, que me quedara dentro del estadio. Hice caso, iba saliendo y había un policía, de esos que cuando se presentaron inconvenientes antes y durante el partido, solo miró. “Aprendan a perder” me dijo. Con el dolor más grande, con la ira que me provocó sus palabras me di vuelta y respondí: ¿Aprenda a perder?, ¿le parece que esto es no saber perder?, ¿le parece entonces que los que están afuera haciendo un mierdero saben perder?, ¿usted por qué habla de saber perder?, respete el dolor de un hincha, respételo, haga valer su uniforme, salga y haga algo, pero no, como le queda grande. Afuera había llegado un carro tanque, policía metropolitana, en fin, cerraron las puertas del estadio para evitar problemas. Ahí estuvimos más de una hora.
El dolor de la derrota es grande, y más cuando se da a punto de una final. Reconocer nuevamente el acompañamiento de la hinchada (que va al estadio), que alienta, que sufre, que llora, que vence dificultades para ir a ver a su equipo, pero esto no puede continuar, Bogotá necesita títulos, no pañitos de agua tibia como la Copa Postobon, no consolaciones de participación en copas internacionales, necesita estrellas en su escudo, necesita salir campeón.