Y pareciera que tuvieran brillo propio, que no es la luz aquella que ilumina su mirada sino su vista la que da claridad a la luz. Como quien se pierde en un túnel me pierdo yo cuando los veo. Es irónico, en un túnel no es descabellado que alguien se pierda por falta de luz, en sus ojos me pierdo por exceso de ella. ¿El color?, un oculista los vería de color miel, pero a él solo le importa que tengas defectos visuales para venderte las gafas que no usas. Un poeta diría babosadas románticas para idealizarlos, un músico les compondría una canción, un periodista haría un reportaje sobre ellos. Pero yo, que no soy lo uno ni lo otro cumplo con no olvidarlos.
Los he visto tan poco tiempo, escasas veces los he tenido cerca, con decirles que he observado en más ocasiones el amanecer al lado del mar (y vivo en Bogotá). La sensación es comparable, junto al mar oigo el oleaje, las aves que comienzan a cantar, oigo mis pensamientos con un extraño eco, me lleno de paz, de tranquilidad, de seguridad; pero el momento acaba, llega gente, los pájaros se van y se pierde el eco de lo que pienso. Frente a tus ojos me siento como ese hombre junto al mar, contrito por no ser digno de ver unas pupilas tan puras, nervioso porque se concentran en mi y en mis labios, y finalmente, acongojado, porque al igual que el momento en la playa, todo acabará y tus ojos dejarán de verme.
En ese momento fui feliz, en el efímero instante en que para sus perfectos ojos lo único por ver era yo. ¿Pero acaso un solo momento de felicidad no basta para toda la vida de un hombre?
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