Llegué a su casa, la ropa estaba donde siempre, regada por
el piso, las botellas de aguardiente vacías sobre la mesa junto a un par de
condones usados, normal.
Olía a soledad, a gato sucio, calzones limpios y boca rota. Ella
estaba y no al mismo tiempo, regada en
cada rincón del agujero negro que llama hogar, su dignidad se bañaba, la
esperanza se lanzaba por la ventana, su apetito disfrutaba del último tarro de
mermelada y la vida se iba mientras
dormía. Cuán hundida está.
En su cuarto, bajo un remedo de cobijas le encontré el
rostro pero no la boca, no estaba la boca, me señaló con los ojos la otra
habitación, dejé su cuerpo intacto en la cama y tomé algunos tranquilizantes,
ya sabía para dónde iba la cosa.
-“Que nadie sepa tu nombre y que nadie amparo te dé. Que no
accedas a los tejemanejes de la celebridad. Si dejas obra, muere tranquilo,
confiando en unos pocos amigos”- repetía susurrando sobre un libro. Le dije que
regresara, que Andrés Caicedo se fue por cobarde y la filosofía Siempreviva la
tendría siempremal. Me puteó un par de segundos, luego, su boca, esa boca que
sabe fresas se puso frente a la mía hecha tierra, se acercó y escupió su odio
en forma de besos. No lo niego, fue revitalizador, a mí se me recompuso el alma
y a ella el guayabo.
Se levantó atrofiada por la noche, me dijo que no recordaba
nada pero sentía de todo, caminó hacia el baño y orinó con la puerta abierta,
me dijo que la viera mientras lo hacía, que no quería dejar de mirarme. “Cómo
has cambiado chiquillo” dijo mientras se subía los calzones rotos “Ven, te
invito a desayunar”. Me tomó de la mano y me sentó en el piso de la sala. Tenía
la espalda rasguñada, las rodillas rojas, las piernas flacas y el culo plano,
estaba tal cual la recordaba.
Me pidió prestado el gran saco gris que llevaba puesto
“¿Te acuerdas cuando nos metimos juntos en el buzo y caminamos hasta caernos?”
decía mientras se lo colocaba “Tú atrás y yo adelante, que dijiste agarrándome
los pechos: Uy, me salieron tetas; y yo, agarrándote el trasero: Uy, a mí me
salió culo?” y entonces la sonrisa le marcaba unas arrugas en la nariz “qué
bueno fue todo eso” sentenció.
Desayunamos y la ayudé a organizar el apartamento, envolví
los condones en papel higiénico, le pregunté si recordaba dónde habíamos dejado
los empaques, no respondió, le pregunté si recordaba algo, no pronunció palabra,
le insistí para que me hablara sobre cualquier cosa, y solo miraba. Finalmente
le dije que estuviera bien, ella contestó: “cuando me vuelva a necesitar, me
busca”
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