Tengo que alistarlo todo, se está
haciendo tarde. No todos los días se hacen viajes como estos
¿Por qué no hay globos rosados?
Les dije muy claro que un tercio de los globos debía ser rosado. ¿Así cómo entenderá
que viajo por Ella? Si a lo lejos no divisa muchos globos rosados simplemente
volteará y habré perdido el viaje. 19 años esperando este día para que ustedes,
gran güevonas neuronas se les haya olvidado comprar las bombas rosadas,
definitivamente, cría cuervos y te embrutecerán los ojos, o algo así. De todas
formas ya es tarde y debo viajar, alístense y por favor, que las estúpidas se
queden, necesito a las valientes para que saquen pecho cuando yo no pueda, a
las brillantes para que tibien mi estupidez, y a las calientes, pues porque ajá
(acento costeño).
¡Ey sí, usted! La estúpida a la
que le encargué olvidarla, buen trabajo. De haberlo hecho este viaje se habría
cancelado.
Demoraremos lo que Colombia en
volverle a ganar 5-0 a Argentina en el Monumental, lo que Uribe en ir a la
Cárcel y Jesús en volver a la tierra, pero será memorable, aún más que ese 5-0,
más importante que la Copa América del 2001, doscientos millones de veces por
encima de la séptima estrella de Santa fe. Así que alístense, lleven el condón
neuronal para cuando den Protagonistas de Nuestra Tele y en la radio comience
La Ventana. Nada puede distraernos. ¡A por Ella!
Entonces la embarcación tomó
vuelo, se levantó con la fuerza de los globos rojos, enseguida llegó el apoyo
de los azules, los amarillos, los verdes, los marrones. ¿Y dónde carajos están los negros?
Los negros son los del trabajo fuerte, los que sudan el helio, los que explotan
primero. Los únicos que deberían existir. “Sólo salen cuando los oprimen” dijo
la neurona fascista. ¿Cómo así que sólo cuando los oprimen?: Puta racista,
largo. Y con un poco de Séptimo Día, esa neurona murió.
Los globos negros se extendieron
y con ellos la mente del Capitán que veía más cerca el encuentro con Ella.
Explayaba su imaginación en acordes que pretendía tocar cuando la viera, el de
su rostro sería un La menor, por lo nostálgico del reencuentro. El corazón
sería un alegre Sol sostenido mayor, y sus piernas, la seductora cadencia en Mi
menor. ¡Qué hermosa melodía compondrá al verle y cuán mejor será al tocarla!
Globos trabajando, neuronas
estúpidas haciéndole duelo a la víctima fascista de Séptimo día, buen viento
y un cielo gris que amaga con llover se
unían para despedir el viaje. El Capitán bebe una Cola Pola, tal vez para darse
ánimo, para sentirse seguro. Gracias a este bendito elixir, sagrado invento de
yo no sé quién pero que merece un puesto en la eternidad junto al que inventó
el condón, la hamburguesa y el fútbol, tuvo el valor de decirle que le gustaba.
El capitán mira a su alrededor,
la gente cae del cielo, cae en lo que él sube: Globos de colores, pero el único
que tiene globos rosados es él. Los ancianos llegan en bombas verdes, las
mujeres en globos amarillos, los niños en rojos, las niñas en morados, los
curas en negros y los traquetos en bombas de oro con la estampilla de María
Auxiliadora. ¡Con razón no compraron las rosadas, toda la pintura se gastó en
la pared de su cuarto, hasta tocó comprar otro tarro! Perdónenme apreciadas
neuronas, no debí tratarlas así, son estúpidas, sí, enfermas, morbosas, ebrias,
viciosas, retrasadas, inferiores, pero no es su culpa que lo único que le haya
dejado a Ella fuera una pared rosada, que luego pintará de otro color.
“¿Y qué pasará con aquellos que caen
del cielo?” Cuando nos reencontremos iremos juntos a por quienes nos necesitan, salvaremos
a la humanidad que va en decadencia, tan en decadencia que en lugar de subir,
hace que los globos de helio bajen.
Ya casi llegamos amigas mías,
neuronas serviles, fieles, si no fuera por la televisión tendría un millón de
amigas como ustedes y Roberto Carlos
sería feliz, pero creo que ya vamos por menos de la mitad. No le ganamos a
Argentina 5-0 en el Monumental pero sí 4-0 a Uruguay en el Metropolitano, Uribe
no está en la Cárcel pero a Yidis la encanaron por dos décadas y Santoyo
comenzó a hablar en Estados Unidos. Jesús no ha vuelto, de todas formas no
regresará, al igual que Dios, él también es voyerista. Pero ya llegamos,
estamos mis neuronas y yo emocionados, más de una ha muerto por andar
inhalando el esmog del cielo bogotano, otras convulsionaron tras oír que
comenzaba La Ventana en Caracol y las demás murieron por tanta Cola y Pola (las
que aún me acompañan también bebieron Cola y Pola, están prendas, están
lúcidas).
En frente de nosotros se levanta
su castillo, el 109 de no sé cuántos del reino. Ella, como una princesa quería
esperar dormida a su príncipe azul, pero la vida no es un cuento de hadas y lo
del príncipe azul ya está muy trillado. Además, no podría dormir los 100 años
reglamentarios para que él apareciera, quería descansar y sufría de insomnio,
no le gustaba estar despierta y sufría
de insomnio. Soñaba un día con despertar y vivir otra vida, la de alguien que
ama tener los abiertos.
Le preparaba una gran carta al
príncipe que pronto llegaría, aunque… dejó de escribir. La indecisión, su vida
caótica que se desenvolvía entre la medicina y los pocos momentos para beber y
bailar, sumado a los problemas de salud y pérdidas familiares hicieron que la
carta quedara a medias y lista para botarse. No la culpo: ¿Qué coños importa
alguien que no conoce?
Teme volar, de a poco ha olvidado
eso, en uno de sus últimos viajes (de avión, no de porros) quitaron de su
alcance todo lo que podía distraerla, con lo que pudiera mitigar su
intranquilidad, así que cogió el celular y volvió a escribir.
Con ese recuerdo llegaba el
Capitán a su encuentro, Ella le dijo que había sido a él a quién escribió, no
quiso preguntar sobre el contenido de la carta, pero seguramente sería lo
suficientemente importante como para justificar el viaje. Ojalá el Capitán no
quede como el Coronel, sin alguien que le escriba.
Por fin, después de tanta
digresión barata decidió bajarse del navío y preguntar por su doncella de la
170 y el castillo 109. Su cara se puso como de arrebol, no la ha visto
pero sabe que pronto lo hará, el corazón se acelera a un ritmo mayor que el de
su primer beso junto al carruaje amarillo que decía “taxi”.
El guardián del reino, un anciano
de 40 años, de tez arrugada y chaqueta
azul preguntó por el motivo de su visita, le expuso a qué venía y a quién
buscaba. Entonces, el guardián (que bien podría ser Papá Pitufo) tomó el cuerno real, sopló el aire justo para que sólo el castillo 109 atendiera el llamado, y antes de terminar de soplar el capitán dijo:
No, espere, no siga. Pensé que vería los globos rosados, que los vería en la pared
de su cuarto, que sabría que yo vendría, más bien, entréguele esta historia,
será lo único que dejaré.
Un buen Capitán deja un amor en
cada puerto, o eso dicen, y para Ella fue determinante. Lo que de voz de otros
llegó a sus oídos se convirtió en máxime de su futuro, y del Capitán, Ella no
soportó el hecho de que un Capitán haya tenido otros amores (si es que los
tuvo). De él sólo queda lo que Ella una vez le escribió, esta carta y una pared rosada, que después pintará.
Ahora, ¿Quién salvará a la gente
que cae de los globos?
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