Recordé las babosadas que le dije, las estupideces que hice
por ella, la manera como entre burlas le decía cuánto la quería y no importaba
el hecho de que estuviera con otro.
Llegué a decirle que como Adam Sandler a Drew Barrymore
sería capaz de enamorarla todos los días. Alguna vez, luego de comer papas en Mac
Donalds le regalé mi corazón. Le escribí cartas, le canté canciones, le compuse
una, eeeerdaaa que traga tan berraca.
Una noche mientras
hablábamos por teléfono le dije que me rompió el corazón,
que se fuera hasta que la dejara de amar. Suena exagerada la vaina,
es decir, a mi me dicen eso y me imagino la escena de telenovela venezolana en
donde Jose Amparo le dice a María Mercedes que es el amor de su vida pero no
pueden estar juntos.
Entonces nos alejamos, dejamos de hablar, en lugar de oír
Amor Estéreo por las noches puse Rumba, y como me dijeron hace poco: Fui
rehabilitado por el reggaetón. Ya los días pasaban sin pensarla, salía con más
gente, estuve con varias mujeres, todo bien.
Hace poco dijo que me amaba, que imaginaba una vida junto a
mí, que yo era alguien con quien casarse.
La dejé de amar hace dos años, lo sé porque cuando la vi sentí
la alegría del recuerdo materializado, el testimonio que indica que fue
real. Cuando recordábamos lo que pasó ella se sonrojaba, esos ojos color coca
cola se intimidaban y no eran capaces de sostenerme la mirada.
Ella es feliz (o eso dice), yo también lo soy (o eso
digo). Me ama y yo lo hago a veces, pero no la amo a ella, ni ella a mi, amamos el recuerdo de lo que fuimos, amamos la historia que no se repetirá.
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