martes, 26 de enero de 2016

Las cosas cambian

Las cosas cambian. Ya no hay angustia enfermiza sino ansiedad esperanzadora. Las nubes no tienen forma de pasado y el desayuno ya no sabe a preocupación. Las cosas cambian.

Los lugares favoritos volvieron a ser seguros, las batallas se libran en muros ajenos, acá ya no cae ni la esquirla de una indirecta y mi trinchera está protegida por un ángel hecho de pasta.

Las cosas cambian y parecen irreconocibles. Los tragos amargos se volvieron insípidos, el insomnio ahora es voluntario, los problemas se disipan suaves como soplo a diente de león y la fuerza de voluntad por fin entró al gimnasio. Las cosas cambian y nunca más serán iguales, por fortuna.

Cambian los discursos. Desescalar el lenguaje tuvo sus frutos y las palabras “viaje, aurora, baile, postre, fideo y pechos”  remplazan términos obsoletos como “imposible, desastroso, tóxico, estancado y frustrado”. Los diálogos se bailan en la sala, la comisión de paz es una pequeña expedición a su habitación y la restitución se efectúa con un abrazo por la espalda.

Las oportunidades se volvieron tendencia y los lamentos errores 404. Algunos recuerdos se van directo al spam y aparece la vacuna contra el stalkeo.

Los miedos son más peligrosos que Pacho Santos con un teaser. Nos vuelven vulnerables como la defensa de Millonarios y nos acosan como el defensor del pueblo. Acumular temores es más peligroso que un tuitero vengativo. Pero un día las cosas cambian. De la nada aparecen los motivos debajo de la almohada y el primer aliento del día es más fuerte que Chuck Norris. El tiempo avanza y los planes in-creíbles son más certeros que nunca. El camino de la vida parece recién pavimentado.

Ahora los días tienen el cabello rubio y dan besos chiquitos. Pronuncian con dificultad la letra Ñ y hablan como si estuvieran cantando. Las cosas cambiaron, y cambiaron para bien.

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