martes, 18 de agosto de 2015

Viajando en Transmilenio: de lo traumático a lo sexual

PUBLICADO EN LA EDICIÓN DE MAYO DE 2015 DE LA REVISTA ENTRE LÍNEAS


“La primera vez que lo hice, vi cómo uno de ellos le bajaba la cremallera del pantalón al otro y comenzaba a tocarlo. Quedé estupefacto” Cuenta Esteban, un joven que cita personas en un bus de Transmilenio para ver cómo se coquetean y rozan sus jeans.

“Mis amigos ni siquiera se imaginan que monto en Transmilenio”. Así comienza a contar su relato, se le oye alterado, como si las palabras se le llenaran de angustia  “Esto no se lo cuento a nadie, ni a mi consciencia”. Tiene 25 años, es abogado. Para montarse en un Transmilenio le tiene que decir a su conductor que lo espere en determinada dirección para poderse escapar y subir a un bus rojo, solo así —dice él— podría cometer esa locura.

En Facebook hay decenas de grupos formados para conocer gente, ya sea con el interés de hacer amistades, de charlar un rato, tener aventuras o encuentros sexuales. Esteban utilizó uno llamado Encuentros Transmilenio Gay. Lo que hizo fue postear lo siguiente: “Voy a estar en la estación de la calle 26, voy a coger el C19 y estaré a las 5:30p.m. en la última puerta”.

Luego le comenzaron a llegar mensajes en el chat para acordar el encuentro. La gente se describía físicamente, contaba qué ropa llevaba puesta; detalles finos para evitar una penosa equivocación. En principio confirmaron 3 personas, pero llegaron cinco o seis. Él no se describe como es, no quiere que lo reconozcan, no se hace en la última puerta, ni siquiera la cuenta de Facebook que utiliza es real.

“Lo que le voy a contar es algo incómodo: ellos empiezan a mirarse, a tener roces físicos, aprovechan que el sistema está colapsado por la cantidad de gente. Se empiezan a tocar, a manosear. Yo solo observo. La primera vez que lo hice, vi cómo uno de ellos le bajaba la cremallera del pantalón al otro y comenzaba a tocarlo. Quedé estupefacto. Hasta ahí es mi emoción, hasta ahí llego yo”. Esteban dice que nunca sería capaz de hacer parte de tal escena, que esos hombres ni siquiera serían parte de su círculo social. Los usa, los engaña y le saca provecho a ese show que terminaría en escándalo si algún otro usuario se percatara de lo que pasa.

“Es emocionante ver que logré que desconocidos se encontraran, se manosearan, que tuvieran un trayecto feliz. Después salgo cagado de la risa, temblando, emocionado, satisfecho. Es como una adrenalina que corre por el cuerpo. Siento un grado de “maldad” porque los pongo en escarnio público pero ellos aceptan el juego” —cuenta orgulloso.

El placer de ver actos eróticos se denomina vouyerismo, es la categoría en la que estaría encasillado Esteban. Para Felipe Castro, psicólogo clínico, lo que sucede en Transmilenio no se reduce al vouyerismo sino que surge algo llamado parafilia. “Son desviaciones de la excitación, que se pueden dar  por asociaciones de escenas de cine, televisión, o que la gente misma imagina, y ve la posibilidad de materializarlas en lo real. En este caso de Transmilenio podemos ver presencia de agorafilia, o el gusto por tener encuentros eróticos en lugares públicos, como también se evidencia el froteurismo, es decir, el roce de los genitales con otra persona en lugares donde hay mucha gente”.

Sebastián, otro joven que pidió que se le cambiara el nombre,  también hace parte del grupo Encuentros Transmilenio Gay. Dice que el fin del grupo no es un encuentro sexual: “el propósito es hacer amigos, tener una buena charla. Conozco parejas que se conocieron en Transmilenio y actualmente siguen juntos. Lastimosamente hay muchas personas de la comunidad LGBTI que sí usan los grupos con fines sexuales, pero no somos todos, no se puede generar una imagen así a partir de unos cuantos casos”.

¿Pero por qué en Transmilenio? ¿Por qué no citarse en un café, en un bar, en un centro comercial si el objetivo es charlar? Sebastián dice que es por seguridad, pues en esos espacios han sido víctimas de agresiones por intolerancia. “Es cierto que tenemos casas de la cultura, lugares específicos para la comunidad LGBTI, pero entonces la gente dice: ‘ahí solo van homosexuales’. En cambio, en Transmilenio somos un grupo de personas cualesquiera que va en un bus común y corriente, entonces nos sentimos tan parte de una sociedad, que la gente no se da cuenta de que estamos ahí”.

Esteban cuenta que no es necesario ponerse citas para que ocurra un encuentro, “Cualquiera que se suba a un Transmilenio a las 5, o 6 de la tarde, comprueba que las personas se miran, se vuelven a mirar, se siguen mirando y comienza el roce, sin que lo hayan acordado antes” A Sara, quien también pidió que se reservara su nombre real, le sucedió tal cual lo describe Esteban. Ella realizaba su habitual recorrido en Transmilenio para ir al trabajo. Vio detrás suyo a un hombre que le pareció apuesto y, sin pretenderlo, él comenzó a rozarla. Ella no sintió fastidio ni perturbación, no se sintió incómoda, en cambio “Me excité, hubo una química sexual. Me gustó estar de esa manera con él, fue un momento raro, tensionante. Él y yo sabíamos lo que estaba pasando, pero nos hacíamos los locos, como si estuviéramos muy pegados porque toca y no por gusto”.

Desde encuentros espontáneos hasta citas acordadas, Transmilenio se convierte en una vitrina de dramas sociales, no solo es muestra de la inseguridad capitalina, del desempleo y el caos de la movilidad, también refleja la crisis de la identidad, que no puede ser vivida a placer porque hay tabúes e impedimentos culturales que no dejan ser lo que se quiere ser. “Tengo novia, mi familia es muy conservadora y mis amigos son tan ignorantes…” Cuenta pausadamente Esteban, llenando cada letra que pronuncia con la impotencia que siente, “Cuando eres una persona “heterosexual” y descubres que tienes un gusto por los de tu mismo sexo, no puedes contarlo, porque de seguro te van a joder. Por eso busco métodos por debajo de mesa que me ayuden a hacer la vida más llevadera, de algún modo”.

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