La respuesta no estará con tu rostro en su pecho, no la
hallarás al compás de unos gemidos ni en medio de sus brazos ni acariciando su
entrepierna.
La respuesta no estará en sus esperanzadores mensajes, ni en
sus promesas de cambio ni en su reconfortante abrazo. Tampoco en los susurros
al atardecer.
La respuesta no estará caminando de su mano, ni en sus risas
mezcladas ni en sus nicotinados besos. Mucho menos en su piel tallada.
La respuesta no estará en su tez morena ni en sus ojos ónix.
No la encontrarás en el vaho a la madrugada ni en la caricia vespertina, porque
al conectar miradas no lograrás ver lo que reconocías en otros ojos.
La respuesta no estará en un baile coordinado, en unas
cervezas bien bebidas ni en una borrachera compartida. Tus canciones favoritas
no son tuyas, le pertenecen a quien se las regalaste.
En donde estás no hay respuestas, ¡Pero esa es la vaina!
¿Para qué una respuesta? Ya mecanizas parlamentos, automatizas reacciones, premeditas
situaciones. Lo tienes controlado.
Sigue maniobrando con cautela, calculando como ajedrecista y
arriesgando lo justo como apostador amateur. Tomaste la decisión de jugar otro
juego y tienes la ventaja, pero vas a perder.
Serás derrotada por dejar que lancen los dados por ti, porque
te quieres convencer de que su compañía es ineluctable, que sus labios te
llenan y sus juramentos bastan.
Perderás porque has vuelto a caer en manos equivocadas, ¡Es
que debiste caer en ti misma antes de repartir el impacto con alguien más!
Es por eso que la respuesta no estará en las sábanas
arrugadas ni en la emoción de ser descubiertos. Creerás de buena fe y te
aferrarás a su cuerpo desnudo, y es ahí, en la contemplación, cuando pienses que
te fundiste en su piel, donde te darás cuenta que al mirar su rostro, tu
reflejo será irreconocible en su iris. Te preguntarás qué carajos estás
haciendo y te irás a buscar respuestas, en soledad.
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