Porque vuelve amarilla la luna, porque le da
forma a las nubes, porque las estrellas son sus pecas pegadas en el cielo.
Yo la espero porque se escabulle en mi insomnio, se disuelve
en el café de media noche, recorre mi mente y se vuelve sueño en mi descanso.
Porque hace sinapsis en mis ganas de escribir,
porque aún no logro dibujar su bosquejo en palabras sin detenerme a borrar y
corregir.
La espero porque mientras tanto la imagino, en la cama, en
el escritorio, en el mesón, sobre el sofá, sobre mis piernas.
La espero porque me sorprende, por ser pingüino que vuela,
ternura maliciosa, desenfoque claro, exageración precisa y explosión hermética.
La espero porque sé que vendrá, porque acercará su oído a mi
boca y le susurraré “Hola” mientras amanece.
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