miércoles, 31 de julio de 2013

Cuando me vuelva a necesitar, me busca

Llegué a su casa, la ropa estaba donde siempre, regada por el piso, las botellas de aguardiente vacías sobre la mesa junto a un par de condones usados, normal.

Olía a soledad, a gato sucio, calzones limpios y boca rota. Ella estaba y no al mismo tiempo, regada  en cada rincón del agujero negro que llama hogar, su dignidad se bañaba, la esperanza se lanzaba por la ventana, su apetito disfrutaba del último tarro de mermelada y la vida se  iba mientras dormía. Cuán hundida está.

En su cuarto, bajo un remedo de cobijas le encontré el rostro pero no la boca, no estaba la boca, me señaló con los ojos la otra habitación, dejé su cuerpo intacto en la cama y tomé algunos tranquilizantes, ya sabía para dónde iba la cosa.

-“Que nadie sepa tu nombre y que nadie amparo te dé. Que no accedas a los tejemanejes de la celebridad. Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos amigos”- repetía susurrando sobre un libro. Le dije que regresara, que Andrés Caicedo se fue por cobarde y la filosofía Siempreviva la tendría siempremal. Me puteó un par de segundos, luego, su boca, esa boca que sabe fresas se puso frente a la mía hecha tierra, se acercó y escupió su odio en forma de besos. No lo niego, fue revitalizador, a mí se me recompuso el alma y a ella el guayabo.

Se levantó atrofiada por la noche, me dijo que no recordaba nada pero sentía de todo, caminó hacia el baño y orinó con la puerta abierta, me dijo que la viera mientras lo hacía, que no quería dejar de mirarme. “Cómo has cambiado chiquillo” dijo mientras se subía los calzones rotos “Ven, te invito a desayunar”. Me tomó de la mano y me sentó en el piso de la sala. Tenía la espalda rasguñada, las rodillas rojas, las piernas flacas y el culo plano, estaba tal cual la recordaba. 

Me pidió prestado el gran saco gris que llevaba puesto “¿Te acuerdas cuando nos metimos juntos en el buzo y caminamos hasta caernos?” decía mientras se lo colocaba “Tú atrás y yo adelante, que dijiste agarrándome los pechos: Uy, me salieron tetas; y yo, agarrándote el trasero: Uy, a mí me salió culo?” y entonces la sonrisa le marcaba unas arrugas en la nariz “qué bueno fue todo eso” sentenció.



Desayunamos y la ayudé a organizar el apartamento, envolví los condones en papel higiénico, le pregunté si recordaba dónde habíamos dejado los empaques, no respondió, le pregunté si recordaba algo, no pronunció palabra, le insistí para que me hablara sobre cualquier cosa, y solo miraba. Finalmente le dije que estuviera bien, ella contestó: “cuando me vuelva a necesitar, me busca”