lunes, 19 de marzo de 2018

Estado de la carta: ✓✓

Una mirada que reconfortees lo que busco en unos ojos
Una mirada que me arrugue el corazón y le grite a mi cerebrousted puede ser mejor 

Una mirada que reconforte y me  calmaesa es la compañía que necesito
Brillante, reflexiva, que bote fuego. 

Una mirada que reconforte y me separe deentorno
Que sea espejo para desnudar el alma y reconocer todo lo que está mal. 
Tan poderosa y noble que exponga mis defectos
y me tumbe de la nube en la que a veces voy. 

Una mirada que sea abrazo y lección, que rete, venza y levante. Una mirada que sea bucle de tiempo para siempre volver así quiera escapar. 

Una mirada que reconforte y me conecte conmigo mismo. Eso busco. Y siempre la encuentro en sus ojosasí no los haya vuelto a ver. 

domingo, 28 de mayo de 2017

Dejar de no escribir

No crea que dejé de escribirle porque la olvidé, o porque la quiera menos, o porque haya dejado de pensar que es un ángel hecho de pasta.

No crea que dejé de escribirle porque sigo el camino sin voltear hacia atrás, o porque cuando entro a Disco Jaguar no recuerdo sus pasos de baile o sus mejillas rojas, o porque no recuerdo que le dio hambre pasada la medianoche y fuimos a comer para luego regresar.

No crea que dejé de escribirle porque antes ya le escribí en exceso, desde cuando leyó con emoción mi saludo inicial, en el que le confesé que la imaginaba sin conocerla, hasta la compasión con la que debió reconocer mis últimas cartas escritas a mano.

Tampoco crea que dejé de escribirle porque ya no me inspira, o porque alguien más lo hace o porque ya no necesito motivación; todo lo contrario, dejé de escribirle porque no estoy cerca de olvidarla, dejé de escribirle porque pareciera que la quiero más, porque siento que ahora no es solo mi ángel hecho de pasta, sino el de muchos más que necesitan de su ayuda.

Dejé de escribirle porque la veo cuando camino hacia adelante, porque todos los días paso por el frente de Disco Jaguar recordando que me creyó incómodo porque me alejé para que usted compartiera con sus amigos, pero luego bailamos hasta que los pies se cansaron y apareció el apetito que murió en manos de una hamburguesa del Corral.

Dejé de escribirle porque nunca serán suficientes textos y me abruma pensar cuántos más vendrán, porque la sigo imaginando, la sigo completando, la sigo coloreando, y con eso dejo en evidencia que las últimas cartas en verdad nunca fueron las últimas.

Dejé de escribirle porque siento que si no es para usted no puedo hacerlo, porque otros intentos se quedaron en efímeros tuits o notas de esfero perdidas entre apuntes laborales. Dejé de escribirle porque  no estoy seguro de que siga siendo usted a quien escribo, no sé qué ha pasado en más de un año, no sé si le estoy escribiendo a la misma persona que recuerdo, que regañaba a Tequila por afilarse en las sillas y que negaba ser “mamerta” al tiempo que tenía un panfleto comunista sobre su cama.

No sé si es la misma a quien alcé y di vueltas en la sala cumpliendo una rutina coreográfica diseñada por mi hermana, no sé si es la misma mujer a quien abrazaba mientras cerraba los ojos, si es la misma a quien se le aceleraba la respiración y le faltaba el aire cuando quería decir algo que le preocupaba, o si es la misma que se dejaba llevar por el biopoder.


Dejé de escribirle por mil razones, aunque ninguna de ellas responda el porqué le escribo ahora. 

viernes, 13 de enero de 2017

Es más fácil dejar ir las cosas tristes


Es más fácil dejar ir las cosas tristes, es más fácil encontrar los argumentos y la motivación para dejar el fango del pesimismo y echar a andar los pies calzados con esperanza. Porque no se prefiere la pesadumbre, las lágrimas en las hojas, el cine a solas o leer un libro para no hablarlo con nadie. Porque el futuro es una hoja en blanco que aguanta sueños absurdos e imposibles convincentes. Es más fácil dejar ir las cosas tristes.

Tampoco elegimos la tristeza, ella nos elige, nos stalkea las posibilidades, ataca por donde más impacto encuentre y nos deja visiblemente afectados, desde los zapatos hasta la mirada. Pero podemos echarla a volar cuando la fuerza de voluntad haya hecho ejercicio, cuando la desdicha deja de deshacer deseos y te devuelve los días dóciles, dulces y divertidos que divisabas a la distancia.

Reúnes un puñado de buenos momentos, llegan personas que te van dejando recuerdos sensacionales que usas para crear una nueva muda de ropa, los miras, los contemplas y te vistes con ellos para salir a la calle. No solo te protegen del frío y te hacen sombra, también te moldean y de a poco se adhieren a ti, están en tu piel y sientes que un potente disparo de rencor ni siquiera te dejará marca.

Se pone cabrón cuando esos mismos recuerdos se vuelven en tu contra, cuando las personas que te los dieron cambian, o cuando tú lo haces, cuando alguien muere, traiciona, miente o simplemente se va, por descuido tuyo o por desinterés ajeno, no importa, solo se fue, no está y te quedaste con su mejor versión recorriéndote las dendritas y generándote impulsos nerviosos y romanticones que de vez en cuando regresan inesperados.

Entonces esos recuerdos llenos de felicidad te fastidian, pesan sobre el tórax y se vuelven incómodos en la garganta, duele que sean sublimes, llenos de perfección, no tanto porque en realidad lo fueron, sino porque hiciste de ellos algo memorable, desde un sencillo abrazo por la espalda hasta una tímida cogida de mano en el teatro. Los buenos momentos te reconstruyen y fortalecen, por eso los guardas con recelo, porque hicieron de ti alguien mejor.

Pero hay que abandonarlos un día, como quien descubre que es hora de cambiar sus tenis favoritos porque el pie ha crecido, o que debe regalar el juguete de toda la infancia para que lo disfrute otro niño. Crecer también implica dejar ir los buenos recuerdos, cualquiera se despoja fácil de lo que le causa dolor, pero no todos sueltan sus momentos gloriosos para continuar el camino, por eso es más fácil dejar ir las cosas tristes.



lunes, 17 de octubre de 2016

Quien está al otro lado de su andén

Cerrar un ciclo te cuesta pasos, viajes, dolores de cabeza, ansiedad, sudor, ahogo e incontables intentos de borrar del cerebro esa dañina idea que consiste en creer que no lo vas a lograr.

Con el tiempo, las salidas, las nuevas personas y los nuevos proyectos esa carga en la que se convirtió el hecho de llevar a cuestas un pasado inconcluso se vuelve más liviana, crees que lo estás haciendo bien y aunque sigues viendo sus fotos, no es como antes, no hay ansiedad, ni sudor ni ahogo, es más, hasta sonríes porque sientes que el ciclo está por cerrarse y solo necesitas algo, lo que sea, una especie de catalizador de bienestar que logre convencerte de que esta vez sí lo lograste.

Puede ser cualquier cosa, una aventura inesperada, el regreso de un antiguo amor, la consecución de un logro que te apasionaba, lo que sea que te dé el impulso final para asegurarte un lugar en el asiento de los tranquilos y desentusados.

Y entonces sucede todo eso, te reconstruyes, cambias y vives cosas increíbles. Ves el desamor desde la tribuna e incluso, puedes escuchar canciones de Andrés Cepeda o Manuel Medrano sin exponerte a que un inútil suspiro te gane el pulso y ponga en aprietos tu discurso de fortaleza emocional.

Los días continúan y cada vez estás más fuerte, tanto que ni las derrotas de Santa fe o un mal día en bolos pueden desestabilizarte, pero entonces la ves. La vuelves a ver andando por ahí, desparpajada y con esa leve sonrisa que siempre adornó su rostro. Recuerdas todo el tiempo que, sin éxito, caminaste intentando reconocerla en cientos de rostros distintos. También las veces que recorriste los sitios que tienen en común con el objetivo implícito de toparte con ella. Luego regresas al presente y mientras se aleja, eres testigo de cómo se fragmenta, frase a frase, tu idea de cerrar el ciclo.

Entonces sigues tu camino, los primeros pasos son confusos, crees que no has logrado nada y que estos últimos meses fueron pura fantasía, como la victoria del Sí en el plebiscito o la honestidad del senador Uribe. Sin duda es para estar en shock.

Sin embargo el camino continúa y tienes que reparar las fisuras que se hicieron en tu idea de bienestar, pañetarlas con los momentos positivos que has tenido en tu etapa de soledad y luego pintarlas con los retos que siguen en los próximos días.

Poco a poco te reconoces de nuevo, empleaste un par de horas y palabras que no tenías presupuestadas en un momento de incertidumbre que no veías venir-como cuando ganó el No, mierda, perdón, la plebitusa me acompañará hasta que podamos refrendar de nuevo, y con éxito, los nuevos pinches acuerdos-. Pero está bien.


Tampoco hubiera sabido qué sentir si esto hubiese ocurrido cuando la buscaba entre desconocidos. Soy de los que cree que estamos donde tenemos que estar por una razón, así no la conozcamos. Creo que así ocurrió hoy, y no en otra ocasión, porque tenía que estar más fuerte, más seguro, más confiado para poder entender sin reproche, que puede haber, en el futuro, un momento para cruzar la calle y volver a compartir el camino, sin lamentarme por saber que ahora, solo soy quien está del otro lado de su andén.