domingo, 28 de mayo de 2017

Dejar de no escribir

No crea que dejé de escribirle porque la olvidé, o porque la quiera menos, o porque haya dejado de pensar que es un ángel hecho de pasta.

No crea que dejé de escribirle porque sigo el camino sin voltear hacia atrás, o porque cuando entro a Disco Jaguar no recuerdo sus pasos de baile o sus mejillas rojas, o porque no recuerdo que le dio hambre pasada la medianoche y fuimos a comer para luego regresar.

No crea que dejé de escribirle porque antes ya le escribí en exceso, desde cuando leyó con emoción mi saludo inicial, en el que le confesé que la imaginaba sin conocerla, hasta la compasión con la que debió reconocer mis últimas cartas escritas a mano.

Tampoco crea que dejé de escribirle porque ya no me inspira, o porque alguien más lo hace o porque ya no necesito motivación; todo lo contrario, dejé de escribirle porque no estoy cerca de olvidarla, dejé de escribirle porque pareciera que la quiero más, porque siento que ahora no es solo mi ángel hecho de pasta, sino el de muchos más que necesitan de su ayuda.

Dejé de escribirle porque la veo cuando camino hacia adelante, porque todos los días paso por el frente de Disco Jaguar recordando que me creyó incómodo porque me alejé para que usted compartiera con sus amigos, pero luego bailamos hasta que los pies se cansaron y apareció el apetito que murió en manos de una hamburguesa del Corral.

Dejé de escribirle porque nunca serán suficientes textos y me abruma pensar cuántos más vendrán, porque la sigo imaginando, la sigo completando, la sigo coloreando, y con eso dejo en evidencia que las últimas cartas en verdad nunca fueron las últimas.

Dejé de escribirle porque siento que si no es para usted no puedo hacerlo, porque otros intentos se quedaron en efímeros tuits o notas de esfero perdidas entre apuntes laborales. Dejé de escribirle porque  no estoy seguro de que siga siendo usted a quien escribo, no sé qué ha pasado en más de un año, no sé si le estoy escribiendo a la misma persona que recuerdo, que regañaba a Tequila por afilarse en las sillas y que negaba ser “mamerta” al tiempo que tenía un panfleto comunista sobre su cama.

No sé si es la misma a quien alcé y di vueltas en la sala cumpliendo una rutina coreográfica diseñada por mi hermana, no sé si es la misma mujer a quien abrazaba mientras cerraba los ojos, si es la misma a quien se le aceleraba la respiración y le faltaba el aire cuando quería decir algo que le preocupaba, o si es la misma que se dejaba llevar por el biopoder.


Dejé de escribirle por mil razones, aunque ninguna de ellas responda el porqué le escribo ahora.