viernes, 13 de enero de 2017

Es más fácil dejar ir las cosas tristes


Es más fácil dejar ir las cosas tristes, es más fácil encontrar los argumentos y la motivación para dejar el fango del pesimismo y echar a andar los pies calzados con esperanza. Porque no se prefiere la pesadumbre, las lágrimas en las hojas, el cine a solas o leer un libro para no hablarlo con nadie. Porque el futuro es una hoja en blanco que aguanta sueños absurdos e imposibles convincentes. Es más fácil dejar ir las cosas tristes.

Tampoco elegimos la tristeza, ella nos elige, nos stalkea las posibilidades, ataca por donde más impacto encuentre y nos deja visiblemente afectados, desde los zapatos hasta la mirada. Pero podemos echarla a volar cuando la fuerza de voluntad haya hecho ejercicio, cuando la desdicha deja de deshacer deseos y te devuelve los días dóciles, dulces y divertidos que divisabas a la distancia.

Reúnes un puñado de buenos momentos, llegan personas que te van dejando recuerdos sensacionales que usas para crear una nueva muda de ropa, los miras, los contemplas y te vistes con ellos para salir a la calle. No solo te protegen del frío y te hacen sombra, también te moldean y de a poco se adhieren a ti, están en tu piel y sientes que un potente disparo de rencor ni siquiera te dejará marca.

Se pone cabrón cuando esos mismos recuerdos se vuelven en tu contra, cuando las personas que te los dieron cambian, o cuando tú lo haces, cuando alguien muere, traiciona, miente o simplemente se va, por descuido tuyo o por desinterés ajeno, no importa, solo se fue, no está y te quedaste con su mejor versión recorriéndote las dendritas y generándote impulsos nerviosos y romanticones que de vez en cuando regresan inesperados.

Entonces esos recuerdos llenos de felicidad te fastidian, pesan sobre el tórax y se vuelven incómodos en la garganta, duele que sean sublimes, llenos de perfección, no tanto porque en realidad lo fueron, sino porque hiciste de ellos algo memorable, desde un sencillo abrazo por la espalda hasta una tímida cogida de mano en el teatro. Los buenos momentos te reconstruyen y fortalecen, por eso los guardas con recelo, porque hicieron de ti alguien mejor.

Pero hay que abandonarlos un día, como quien descubre que es hora de cambiar sus tenis favoritos porque el pie ha crecido, o que debe regalar el juguete de toda la infancia para que lo disfrute otro niño. Crecer también implica dejar ir los buenos recuerdos, cualquiera se despoja fácil de lo que le causa dolor, pero no todos sueltan sus momentos gloriosos para continuar el camino, por eso es más fácil dejar ir las cosas tristes.