Vemos que historias increíbles les suceden a otras personas
y nos preguntamos ¿por qué no me pasa eso a mí? Nos acostumbramos a ser eternos
espectadores de la felicidad ajena y por momentos, ese placer del otro conspira
en nuestra contra y revive ideas frustradas sobre viajes, estudio y hasta del
amor.
Lo que sucede es que somos expertos en justificar nuestra
zona de confort. Si no viajamos decimos que el dólar está muy caro y el costo
de vida en los países a los que quisiéramos ir-Francia, España, Estados Unidos
etc.- está demasiado arriba de nuestras expectativas. Si es sobre estudio,
pensamos que tal carrera o maestría no será útil, que no da plata, que igual el
pago es ínfimo y otra vez, que está muy caro. Sobre el amor, dar un paso
adelante es complicado cuando no cerramos ciclos y estos siguen latentes
mientras intentamos abrir otros. He visto, y me ha sucedido, que idealizamos la
tusa. Suena extraño, ¿no?, uno generalmente idealiza lo bueno, ¿pero lo
malo?... El cuento de idealizar la tusa consiste en creer que luego de ese
poderoso sentimiento de amor seguido por una gran desilusión, jamás va a
superarse. Uno termina viendo en todas partes a la persona que extraña, descubrimos o escuchamos algo y pensamos: a ella/él le hubiese gustado, o disgustado; y con
eso, lo que hacemos es magnificar siluetas, dotamos con potencia desmedida a un
recuerdo para terminar creando algo que resulta más pesado de llevar.
Y nos acostumbramos a dejar todo como está, a conformamos
con flotar en lugar de nadar, a que algunas épocas se disfracen de calma y se
pueda sobrellevar el tiempo aunque en el fondo, sintamos una inexplicable
insatisfacción con nosotros mismos.
¡Hasta que PUM! Llega el inevitable momento en que debemos
arriesgarnos y enfrentar las excusas. No es tarea sencilla, una frágil
convicción es presa fácil de miedos acumulados, por tanto, se hace necesario
investirnos con coraje para embestir con determinación. De lograrlo, les
aseguro que su manera de percibir el mundo, y sus propios miedos, cambia. Lo
que antes parecía infranqueable luce como un problema de niños chiquitos. La
burbuja de la zona de confort explota y renacemos.
Era mi primer día en Argentina, una ciudad vieja con
edificios viejos. Salí a caminar orientado por el GPS de mi celular, llegaba a
un sitio y buscaba cómo ir al otro. Me sentía afanado, como obligado a conocer
lo más posible durante las seis noches que pasaría en la tierra de Messi. Luego
de un par de horas sin detenerme por fin caí en la cuenta “¿Qué putas hace?,
Daniel-me dije-. ¿No se da cuenta que está en Buenos Aires?, mire a su
alrededor, no hay Transmilenios, logos del Centro Democrático ni camisetas de
Nacional-por ahora-“ Entonces caminé despacio.
Entendí que vivimos con un afán injustificado, creemos que
debemos graduarnos para trabajar y volver a estudiar para seguir trabajando y
nos consumimos en ese desgastante ciclo. Poco tiempo dedicamos a pensar qué es
lo que realmente queremos, o hacer lo que esperamos de nosotros mismos y no lo
que los demás piden.
Argentina ha tenido días políticamente difíciles, tras la
elección de Mauricio Macri como nuevo presidente, los precios de los alimentos
y servicios públicos han subido hasta 300%. Durante mi paso por Buenos Aires vi
cómo miles de personas caminaban hacia la Plaza de Mayo con banderas de reclamo
y la petición de que regrese a la presidencia la anterior mandataria, Cristina
Fernández-sí, Cristina, la misma que tiene numerosas investigaciones por
corrupción y que está rodeada por una nube de sospechas en la muerte del fiscal
Alberto Nisman, quien la investigaba-.
Definitivamente, cada país tiene sus
propios dramas, pero en fin, lo que me llamó la atención de las movilizaciones
fue que un viernes, a la una de la mañana, la gente seguía marchando y
concentrándose en la plaza. Ellos tienen confianza en la movilización social,
es más, hablando con algunos taxistas y marchantes, coincidían en que el paro
que estaban organizando diferentes sindicatos para protestar por el aumento del costo en productos y servicios, iba a funcionar, que así no lograran todo lo que pedían,
los iban a escuchar. “En Colombia el ESMAD ya habría disuelto esto” pensé con
frustración.
Estar expuesto a otras realidades, otros acentos, otras
formas de vivir la ciudad, me llenaron de vitalidad. Mis días eran de 10am a 4
o 5am del otro día, sentía cansancio en los pies pero mi mente siempre me pedía
más, que fuera a otro lugar, que hablara con otras personas, era como si
estuviera hambrienta de mundo.
Mi última noche en Buenos Aires tiene tanto de nostalgia
como de felicidad. Mi mente hacía la cuenta regresiva de las casi 20 horas que
faltaban para abordar el avión, y mientras tanto, iba de línea en línea del
metro-llamado Subte-, buscando la manera correcta de llegar a la estación de
Callao. Confié en la persona que me
acompañaba, que llevaba algún tiempo viviendo en la ciudad. Nos equivocamos de
ruta 4 veces.
Buscábamos la dirección Uruguay 1775, en donde, me
dijo, había un buen bar para escuchar música, beber y comer pizza. Caminamos
más de una hora y no la hallamos.
“Google Maps está equivocado”, pensamos, y cuando renunciamos a la confianza
tecnológica y le preguntamos a alguien, nos explicó que esa tal dirección, no
existe; sin embargo, nos dijo cómo llegar al bar y así lo hicimos.
Rock, humo, tos, cerveza, risas, horóscopo, confesiones,
pupilas dilatadas, ansiedad, conclusiones, amores, desamores, esperanza, una
sombrilla abandonada y un guante que se quedó como recuerdo. Ese es el resumen
de la noche en la que se desnudaron todos los propósitos del viaje, no solo del
mío.
A veces sucede que en lugares que no existen, como Uruguay
1775, encontramos las respuestas que perseguimos durante mucho tiempo, donde abandonamos
miedos y encontramos valor, donde renacemos como un fénix llamado Fluffy, donde
sentimos los besos hasta con los labios dormidos.
Son momentos que al
recordarlos se sienten en el pecho como los Quipitos en la boca. Son tan
potentes que pensé que habría sido mejor haberlos vivido antes, mucho antes,
para evitar dolores innecesarios y deshacerme de inseguridades destructivas.
Soy de los que cree, como dice Saramago, que “siempre acabamos llegando a donde
nos esperan”, y si pudiera dar vuelta al pasado no haría nada diferente.
Absolutamente nada. Si todo me llevó a Uruguay 1775 fue porque así debía ser,
para reconstruir de la nada, una nueva perspectiva del mundo y de mí mismo.
Como Uruguay 1775, en realidad no existe, me tomé la
libertad de hacer lo que quise con él, así que lo dividí en dos para llevarlo a todos lados. Me
traje una parte para Bogotá y la otra se quedó en Buenos Aires, yéndose en
subte a la universidad y a la espera de reencontrarse, a su regreso, con el par
del guante que le hace falta.