domingo, 6 de septiembre de 2015

Polvo de cajón

Explíqueme por qué podemos leernos la mente y no la piel, por qué permanecemos sin haber estado, por qué seguimos buscando cosas que ya encontramos.

Explíqueme por qué no la entiendo si concordamos en tanto, por qué la deseo si no he vuelto a soñarla, por qué la siento cerca si me hace tanta falta.

Coincidimos cuando no era apropiado, llenamos de esperanzas un vaso roto, que cuando quise repararlo, ya había desaparecido. Explíqueme por qué la sigo esperando si ya regresó.

Perseguí con terquedad sus fugaces labios, me embriagué en su sabor a café, me acostumbré a su insomnio. Congelé todos los recuerdos hasta la hipotermia.

Me volví experto en ver el todo de la nada, en descifrarla sin que usted sospeche que está encriptada. Pude entenderla luego de desconocerla.

Ya no me tiene que explicar, no es momento para desencuentros, suspiros perdidos o llamadas equivocadas. Tomé la decisión de guardarla en el cajón de las cosas pendientes, lejos de todo afán y pretensión, protegida de lluvias que enferman, aislada de pasados venosos. Allí permanecerá hasta que deje de ser un pendiente, o hasta perderse en el polvo del cajón.