Explíqueme por qué podemos leernos la mente y no la piel,
por qué permanecemos sin haber estado, por qué seguimos buscando cosas que ya
encontramos.
Explíqueme por qué no la entiendo si concordamos en tanto, por
qué la deseo si no he vuelto a soñarla, por qué la siento cerca si me hace
tanta falta.
Coincidimos cuando no era apropiado, llenamos de esperanzas un vaso roto, que cuando quise repararlo, ya había desaparecido. Explíqueme por
qué la sigo esperando si ya regresó.
Perseguí con terquedad sus fugaces labios, me embriagué en
su sabor a café, me acostumbré a su insomnio. Congelé todos los recuerdos hasta
la hipotermia.
Me volví experto en ver el todo de la nada, en descifrarla
sin que usted sospeche que está encriptada. Pude entenderla luego de
desconocerla.
Ya no me tiene que explicar, no es momento para
desencuentros, suspiros perdidos o llamadas equivocadas. Tomé la decisión de
guardarla en el cajón de las cosas pendientes, lejos de todo afán y pretensión,
protegida de lluvias que enferman, aislada de pasados venosos. Allí permanecerá
hasta que deje de ser un pendiente, o hasta perderse en el polvo del cajón.