domingo, 26 de julio de 2015

Cuando era menos yo

Me hubiera gustado conocerla antes, cuando era menos consciente, menos capaz, más idiota, más sencillo. Me habría gustado conocerla cuando yo era menos yo.

Me hubiera gustado conocerla cuando tenía más errores de ortografía, cuando respiraba más suave, cuando escribía rimas, cuando me daba la oportunidad de fallar e intentarlo de nuevo. Cuando me sentía orgulloso de mí mismo

Me hubiera gustado conocerla cuando escuchaba neo, cuando no sabía qué estudiar en la Universidad, cuando mi problema más grande eran los trabajos de cálculo, cuando mis deseos eran puros y mi mayor pretensión consistía en coger de la mano a la chica que me gustaba.

Me hubiera gustado conocerla cuando su pelo era de otro color, cuando había menos sellos en su pasaporte, cuando le gustaba escribir, cuando posteaba lo que quería, cuando discutía por todo. Cuando el mundo era más pequeño.

Pienso en eso ahora porque me siento lleno de equivocaciones, ahíto por tantos futuros fallidos que se acumulan y me tapan los alvéolos.

Es que la conocí cuando calculaba todo, pesaba en una balanza cada palabra escogida y las mezclaba en frases delgadas pero sabrosas, evitando el engorde del discurso. Maldita sea, me hubiera gustado ser el mismo idiota de antes, que pensaba menos y se atrevía más, con menos ego, que se reprochaba más no haberlo intentado que haber fallado.

“Cuán inútil es lamentarse por los caminos que no tomamos”, escribí hace unos años, y aquí sigo, repitiendo reflexiones redundantes repletas de una rabia ruin que ríe y ruge como ruleta rusa recién disparada.

Me hubiera gustado conocerla cuando yo era menos yo, cuando seguro hubiera podido ofrecerle mucho más que solo palabras.