sábado, 7 de mayo de 2011

SOLEDAD ACOMPAÑADA

El viaje de todos los años para celebrar su culminación inició sin ningún contratiempo. Mi padre manejaba su última adquisición y motivo de orgullo, un Renault Scènic modelo 2006. A su derecha, en el asiento delantero estaba mi madre, viéndose al espejo reflexionaba como la huella del tiempo hacia presencia en ella, lo sé por sus ojos, por sus gestos, su mirada cada vez más cansada. En la parte de atrás, mi hermano en el asiento contra la ventana derecha y yo en la izquierda sosteniendo en mis piernas a la menor de los tres… Mariana.

El viaje transcurrió normalmente, solo nos detuvimos para pagar los dos peajes que encontraríamos durante el camino.

Al llegar al hotel donde nos hospedaríamos con el resto de la familia, un carro gris, tal vez mazda, se estacionó junto a nosotros. De él bajaron cinco personas, un hombre de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, una mujer de la misma edad, una más joven, y dos niñas de quince o dieciséis, una de ellas un poco más pequeña que yo, de piel trigueña, delgada y con un vestuario no tan acorde al calor que por esos días dificultaba respirar; la otra con una gorra y una forma de vestir más adecuada.

Esa misma noche era la celebración del año nuevo, la música había hecho presencia desde comenzada la tarde, sonaron canciones populares como: “Faltan cinco pa´ las doce”, “El año viejo” y “El ausente”, todas creando de alguna manera un ambiente híbrido de nostalgia alegría por lo ocurrido en ese año. A media noche llegó el momento del brindis, los abrazos, las doce uvas, las lentejas en los bolsillos y la alegría de un nuevo comenzar. La noche pasó sin sorpresa alguna.

Al día siguiente nuestras miradas se cruzaron, un nerviosismo nunca antes imaginado se apoderó de mi. Acercándose con una lentitud y una sonrisa casi premeditada pasó por mi lado sin decirme nada.

El calor era abrumador, y la vergüenza por aquella escena hacía aún más sofocante el clima que de por sí ya era fastidioso. Sentí que alguien me tocaba el brazo, era ella.
Me saludó, yo así mismo devolví el saludo, se sentó a mi lado y preguntó:” ¿Por qué tan solo?”. ¿Saben?, nunca me habría preguntado eso, por mi mente pasaron muchas cosas, tal vez estoy solo porque mi familia está en el cuarto arreglándose para salir y yo había acabado eso ya hace algunos minutos, también porque el calor era tan fuerte que necesitaba un lugar para respirar tranquilo bajo la sombra de algún árbol, o quizás amaba la soledad, desde pequeño estar solo me ha servido para pensar, para calmarme, en fin, nunca me lo había preguntado. Pensé muchas cosas y al final dije:” ¿Me vas a acompañar?”.

Hablamos unos minutos, conocí algo de ella, como por ejemplo pasaban las vacaciones de fin de año en el hotel de un amigo de su padre y que estaría allí dos semanas. Yo en cambio me iría al día siguiente.

“Voy a la piscina, ¿me acompañas?”. La pregunta aunque corriente me sorprendió, hace algunos minutos era yo quien pedía compañía, ahora era al contrario.

“¡Claro vamos!”.
Habían pasado ya varias horas desde que entramos en la piscina, juntamos nuestras manos y reímos al ver que estaban tan arrugadas que parecíamos ancianos, además tiritábamos de frío, eran más o menos las seis y media, ya había oscurecido, en el cielo sólo había una estrella.

“Mira hacia arriba”-le dije-“Algún día alguien te va a regalar una estrella más brillante, pero yo te regalo la que hoy más brilla en el cielo.”- Me miró con timidez, yo no sabía qué hacer, la verdad la cursilería no es lo mío y no sabía que reacción esperar. Se acercó y me dió un abrazo con tanta energía, con tanto cariño que el frío que sentía fue opacado totalmente por la calidez de sus brazos. Se separó de mí, se fue sin decir nada.

Eran las diez de la noche, ya era hora de comer. Por lo general en vacaciones como muy tarde, obviamente algo suave, un sándwich, unas galletas, quizás un poco de cereal.

No dejaba de pensar en ella, o por lo menos en lo que le dije. ¿Será que fui atrevido?, ¿Se habrá asustado por mis palabras?, o sea, ¿qué tiene de grave eso?, ¿por qué huyó sin decir palabra alguna?. Esa noche no pude dormir, a la mañana siguiente partiría de regreso a Bogotá y no podría resolver mis inquietudes. Me levanté de la cama y comencé a caminar por el hotel.

Vi  el celular, era la una y media de la madrugada, todos dormían. Me senté al lado de la piscina y metí los pies para despejar la mente y relajarme un poco. Cerré los ojos. No sé cuánto tiempo pasó. Sentí que alguien se acercaba, pensé que era el encargado de las piscinas, estaban en tratamiento y no podía haber nadie allí, pero no.

Al igual que la primera vez se acercó lentamente, con una sonrisa en su rostro, se sentó a mi lado sin decirme nada. Me abrazó. No pronunciamos palabra por un largo rato. Todo era perfecto. El silencio, la soledad acompañada, el ambiente frío de la madrugada disminuido por el calor de nuestros cuerpos entrelazados,  intentando ver el reflejo de la luna en el agua, en fin, no habría nada mejor.

Nos pusimos de pie. “Ya es hora de dormir”-me dijo-“Ojalá este momento nunca terminara”. Me acarició el rostro. Su mirada era tan tibia, tan llena de ilusión, que en algún momento me hizo parecer que en el mundo solo existíamos los dos, no habría nadie más. Nos besamos, dejamos que nuestros labios expresaran la perfección de un momento que seguramente jamás volvería a ocurrir, que quedara grabado en mi memoria para siempre ese instante en que me alejé del mundo para estar solo con una persona. Un momento que jamás olvidaré.

Al día siguiente regresé a la ciudad.