Ella no es a quién dedico mis más sentidos escritos, no es la protagonista de mis historias, a ella la intenté amar y sólo ella lo pudo hacer.
Pasó una semana después del accidente, era hora de volver al colegio. Al salir de mi casa las cosas se tornaron un poco extrañas, recorría el camino habitual desde la carrera cuarta hasta la carrera décima para tomar el transporte que me llevaría a la escuela, percibí algo que no pasa a menudo, me miraban, la gente que pasaba en frente mío dirigía su vista a mi rostro, sus ojos buscaban algo, algo que me diferenciaba por entonces del resto de la gente y que al parecer causaba asco o en el mejor de los casos compasión, un corte en medio del espacio que divide un ojo del otro, ubicado en la parte superior de la nariz, más o menos de unos seis centímetros y al que aún no han quitado los puntos de la sutura. Como siempre el bus verde de todas las mañanas llegó puntual. A la media hora ya estaba en el colegio.
A mis compañeros de clase-a diferencia de la gente que me miraba en las calles- no les bastaba con ver, querían tocar, deseaban que uno de los puntos se saltaran y comenzara el show de sangre y risa. Mis amigos en cambio, me saludaron como de costumbre, preguntaron cómo seguía y el día transcurrió normalmente.
Estaba en clase filosofía, al fondo se oía un balbuceo, alguien hablaba de Aristóteles y su teoría de que el conocimiento se adquiere a través de los sentidos, esto quiere decir que el que entiende el dolor es porque alguna vez sintió dolor ¿Pero es eso verdad?, ¿No existe nadie que comprenda el significado del amor, del odio, de lo simple y lo complejo sin haberlo vivido jamás? ¿Por qué es obligatorio lanzarse al vacío del sufrimiento para aprender que aventarse sin un paracaídas no es seguro?, yo seguía con mi debate interior cuando me llamaron:
-Zamora-Dijo Cristian.
-¿Qué pasó?- respondí.
-Que si va a ir el sábado al servicio social de las del RSD y luego a cine, va a ir Mora, Javir, Alejandra y otras viejas, también va Camila.
No sé qué pasó en ese momento, ese nombre, Camila, ya no era desconocido para mí, la conocí un día que llovía mucho y una amiga me invitó al apartamento mientras escampaba. Lo que estaba haciendo en el apartamento de ella carece de importancia, así que solo recordaré el momento en que Camila entró:
-Llegó Paste- dijo mi amiga.
-¿Quién es Paste?, pregunté.
- Alguien de mi colegio.
Cabello negro, ondulado, se lo planchaba, eso es seguro porque las puntas estaban maltratadas, olía a tranquilidad, del tipo de personas con las que se habla y no se quiere dejar de hablar, del tipo de personas que se sabe que marcarán la vida para siempre.
-Si yo voy- contesté al fin.
La semana transcurrió como me lo esperaba, la sensación que no dejaban de observarme en la calle al salir de mi casa, las miradas llenas de morbo de mis compañeros, la tranquilidad de mis amigos (aunque a veces no faltaba la broma, como por ejemplo en los descansos cuando decían:”Zamora camine a jugar, pero cuidado con los árboles”, o el popular apodo de quien tiene una herida en la frente y usa gafas:”Buena Harry Potter”), en fin, ya era viernes en la noche a unas horas de cumplir con la cita acordada.
¿A quién no le ha pasado que cuando quiere que llegue rápido el otro día la noche se pasa lenta?, uno está en la cama, boca arriba, con la luz apagada, acompañado por el vago destello de luz que se cuela por la ventana y por si fuera poco con los ojos abiertos. Es ahí cuando la mente comienza a recrear momentos totalmente irreales, con la menor posibilidad de que ocurran pero manteniendo el ideal de que todo puede ser perfecto. Me imaginaba cómo sería el día siguiente, cuál sería la reacción de Camila al ver mi rostro, si ya era feo antes, ahora con la herida me veré un poco más “Exótico”, ¿será que actuaría igual que las personas que me ven en las mañanas? ¿Sentirá repudio al verme?, ¿será que hará lo que hacen mis compañeros? ¿Esperar a que explote la cicatriz por la presión de la sangre a través de su torrente?, o ¿actuará como mis amigos?, riendo al recordar lo que me sucedió pero teniendo claro que no dejaré de ser quien soy por un accesorio dibujado en mi rostro. Continué pensando, armando películas de ciencia ficción donde tendría que salvar a mis amigos y que al final siendo un héroe me iría junto a mi chica a un lugar donde jamás nos encontrarían. La noche acompañó mis pensamientos y el deseo de verla al día siguiente me permitió dormir.
Llegué antes de la hora acordada, sentado en las bancas que quedan en frente de un reconocido centro comercial la estaba esperando, digo la, porque aunque sé que viene acompañada, solo iba a verla a ella.
-¡Zamora!, mírenlo ahí está- dijo Javir señalándome y dirigiendo la vista hacia atrás donde venía Camila y dos niñas más.
Me paré con la menor prisa posible, trataba de controlar los latidos de mi corazón, respiraba hondo y disimulado para que no me descubrieran, me dirigí hacia donde estaban, saludé a Javir, a las otras dos y por último a Camila, le di un pico en la mejilla, me miró y dijo sonriendo:”No está tan mal, me lo imaginaba peor.”
No recuerdo la película que vimos, es más, la he repetido varias veces y aún así, si me lo preguntan, no puedo decir de qué se trata, pero jamás olvidaré el nombre “Ángeles y demonios”, lo recuerdo porque aún guardo la boleta de entrada, ese papel doblado con números y letras borrosos me permite jamás borrar de la memoria el día en que comprendí que hay cosas más allá de la apariencia, el ser humano no es quién es por su físico que cambia a lo largo de la vida, es el ser inmutable que se encuentra invisible tras la barrera material, es el que se construye a través de palabras, a través de los pensamientos, como decía Aristóteles, a través de los sentidos.
Es ella, a quien no dedico todos mis escritos, quien no es la protagonista de mis historias, a la que escribo esto, por enseñarme que la vida va más allá de un pequeño accidente, es más que un corte involuntario en la frente, por enseñarme que siempre será válido decir:”No está tan mal, me lo imaginaba peor”.